Infancia

La naturaleza libre es irrelevante en el sistema educativo actual

El Trastorno por Déficit de Naturaleza y sus consecuencias

Mientras nuestros niños conocen especies exóticas antes que autóctonas a través de los medios, en las aulas y las casas despreciamos las posibilidades pedagógicas del campo, ofreciéndoles actividades frenéticas como sucedáneo.  

“¿Sabes que la rana dorada de Panamá se va a extinguir porque el Hombre ha destruido las selvas que son su casa…?”, nos decía ese niño que está en todas las aulas del mundo, más pequeño que el resto, frágil y siempre el primero detrás de los monitores. 

En seguida, todos los compañeros se apresuraban a mencionar aquello que sabían o habían oído de animales raros, estirando el brazo todo todo lo que daba de sí: que si el tigre de bengala, que si el tiburón ballena, que si el wombat australiano, que no corre peligro pero es muy mono… 

Mientras tanto, yo sujetaba frente al grupo, a medio metro de sus cabezas arracimadas, las flores de un ejemplar de dragoncillo de roca (Antirrhinum Subbaeticum), tan parecida a la mandíbula de un lagarto mitológico, aunque sin lentes de aumento, sin drones que enseñaran su hábitat desde el aire y sin cámaras súper lentas que mostraran la explosión de su cápsula de semillas.

“¿Y cuántas ranas doradas hay en el mundo, lo sabes?”, le pregunté. Y el  niño, que (claro), sabía la respuesta, contestó: “pues no me acuerdo muy bien si eran mil o dos mil…”  

– ¿Y sabes cuántas plantas como esta, con estas flores rosas, quedan en el mundo?

– No…

– Pues esta planta, aquí donde la ves, corre tanto peligro como la rana dorada, y quedan menos de mil en toooodo el mundo. ¿Os imagináis que hubiera mil niños en todo el mundo…?. Seguramente, en vuestro colegio ya seáis más de mil. Pero es que, además, esta planta lo tiene más difícil, porque solo puede nacer en paredes muy empinadas de pura roca que “suden” agua.  

El dragoncillo es un endemismo de la parte más oriental de las Sierras Béticas, del que solo se conocen seis poblaciones dispersas mundiales, las tres más importantes en la Sierra de Albacete. 

La primera reacción de los pequeños que aquel día llevábamos a jugar a la naturaleza fue de incredulidad, como si lo excepcional no pudiera estar allí, no ser venenoso ni carnívoro ni alimento de colibríes, por ejemplo. 

La segunda fue la de retomar la retahíla de anécdotas sobre animales de su zona de confort, que resultó encontrarse en las sabanas africanas y las selvas de Madagascar, entre otras ubicaciones. 

La anécdota revela una conclusión a la que hace muchas décadas ya llegaron algunos pedagogos (Giner de los Ríos, siempre), aunque no pudieran imaginarse el futuro virtual que esperaba: la naturaleza libre es irrelevante en el sistema educativo actual. 

 TRASTORNO POR DÉFICIT DE NATURALEZA 

Las salidas a la naturaleza, respetando los tiempos y valores de los niños, parecen eficaces en el tratamiento de niños con TDAH

En los últimos años, se habla cada vez más del Trastorno por Déficit de Naturaleza, un concepto acuñado por el periodista estadounidense Richard Louv en su libro ‘El último niño del bosque’

Algunos lo ligan al creciente número de niños hiperactivos y con carencias de atención y, sea más o menos cierto, la verdad es que las salidas a la naturaleza, respetando los tiempos y valores, parecen eficaces en el tratamiento de niños con TDAH, como se demuestra en el proyecto Focus Natura de SEO-Birdlife.

Sin embargo, el problema no es la menor o mayor dosis de aire libre en nuestras aulas. Vivimos en entornos mayoritariamente urbanos, en los que las prioridades cambian, pero lo mismo pasa en el ámbito rural, aunque por motivos diferentes. Yo fui un niño de padre trabajador en el monte, con pueblo, y lo poco que sé de la naturaleza lo aprendí al desarrollar el amor espontáneo por los espacios abiertos, ya de mayor. 

Mi padre siempre se guardó de transmitirnos una fascinación que él mismo tenía, a su manera, pero prevalecía el mensaje de que la naturaleza no tiene futuro y el campo es sufrimiento. 

Además, los currículos marcan un  ritmo que no permite aprovechar las mayores posibilidades del aire libre, en el pueblo o la ciudad, y la ración verde, mayor o menor, sigue estando adulterada. Por más que las nuevas tecnologías han puesto pantallas de por medio en nuestra vida, todo esto viene de mucho antes. Llevamos largo tiempo sustituyendo la naturaleza por otras cosas.

En nuestro máximo optimismo, mandamos a los responsables de nuestro futuro a pasar un día en la “naturaleza” haciendo tirolina, caminando por parques aéreos o deslizándose por rápidos en piragua, o a granjas escuelas que no dejan de ser entornos desnaturalizados en los que los niños hacen el mismo circuito con las mismas paradas mes tras mes.

En el primer caso, les enseñamos que la naturaleza auténtica es como un videojuego y en el segundo, que la naturaleza es trabajo con ciclos cerrados y perfectos. Y no hay que confundirse, ambos modelos son excelentes como opciones de entretenimiento o deporte, pero si a los pequeños no les damos también otras referencias de aire libre, inevitablemente acabarán pensando que la naturaleza es eso y perderemos por el camino su indispensable enseñanza. 

En el campo aprendemos a conocer nuestras limitaciones físicas y a prestar atención a los procesos lentos y complejos, en el curso de los cuales uno también se conoce a sí mismo. 

Hoy los sentidos de los pequeños están adormecidos por la velocidad y los efectos especiales, y son incapaces de sorprenderse con el vuelo de un quebrantahuesos, porque no lo identifican con ningún personaje Disney.  

Moisés García Sánchez

Guía intérprete de naturaleza en Turismo Botánico

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